Belleza y Estilo

Lo quiero, lo compro

Hoy nuestra orientadora familiar nos hace reflexionar sobre el consumo ... ¿Cuánto compramos y cuánto necesitamos?

Por Clara Naón

26 de Febrero de 2011

Hoy nuestra orientadora familiar nos hace reflexionar sobre el consumo ... ¿Cuánto compramos y cuánto necesitamos?

Quiero aprender a jugar al tenis. Antes que nada, voy a averiguar cuál es la mejor raqueta y cuáles son las mejores zapatillas para comprar. Las compré, pero cambié de idea, mejor me dedico al squash. ¿Cuál será la mejor raqueta? Jugué dos veces pero no me gustó, me voy a dedicar a la bicicleta fija. Me compro la bici… Y podríamos seguir en una espiral hasta el infinito.

No nos damos cuenta, pero nos movemos, cada día, con los criterios de una sociedad que nos crea toneladas de necesidades innecesarias . Criterios entre los cuales el comprar es un hecho natural y aproblemático; y donde la sensación de no poseer provoca pánico. Remitiéndonos al ejemplo exagerado del inicio, es obvio que para jugar al tenis vamos a usar una raqueta, pero también es posible pensar que podemos tomar una prestada mientras aprendemos.

Comprar por comprar es un mandato social. Como autómatas, salimos a adquirir según ciertas categorías más o menos fijas: lo más nuevo, lo que tiene mi amigo, lo que vi en la tele, lo que creo que me ayuda (y en realidad me esclaviza). Ese mandato se agudiza con lo que la publicidad nos hace creer. Además, los materiales de lo que adquirimos hoy en día no están hechos para perdurar en el tiempo y los modelos evolucionan rápidamente.

Entonces, el demostrar nuestro estatus pasa por tener objetos que hablen de cuánto dinero poseemos. Incluso en los sectores de bajos ingresos, esta mecánica del consumo está instalada y se manifiesta en el afán de obtener determinada zapatilla o cierto celular (incluso a costa de que, luego, no alcance el dinero para lo básico). ¿Creo entonces que mi estatus es quien habla de lo que soy? Responderemos que no; ¿qué responden nuestros actos? ¿Qué leen nuestros hijos en nuestras decisiones?

¡Cuánto más los ayudaríamos si les hiciéramos ver el verdadero valor de lo material! Un buen legado es enseñarle a nuestros hijos a justipreciar lo que tienen y que se den cuenta de que, para ser felices, no es necesario “tener”; ser felices depende de nuestra actitud ante la realidad, ante nosotros mismos y ante los demás.

Ya lo entonaba Serrat: “¿No le gustaría ser capaz de renunciar a todas sus pertenencias y ganar la libertad y el tiempo que pierde en defenderlas?”. Seremos más libres si sabemos contextualizar la necesidad y vivimos ya no de acuerdo a lo que nos falta, sino valorando, agradeciendo y compartiendo lo que tenemos. Entregando lo que somos.